Dicen que Dios está en los detalles, pero ¿lo está?
Un análisis de por qué dejé de ser tan exigente y empecé a practicar el arte de la confianza.
Resulta tan complicado poner un título robusto, sexy y coherente a una entrada de blog aleatoria cuyo único propósito es entretener a sus lectores a la vez que desentrañar los muchos capítulos de mi carrera profesional, una que ha estado dedicada principalmente a aprender y reaprender constantemente.
El título es sólo una excusa para insistir en la importancia del detalle, desde la perspectiva de quien mira un tornillo y piensa en la máquina de la que forma parte, no sólo en el tornillo en sí: minúsculo, complicado y perfecto. Retrocedamos un poco en el tiempo. Siempre he sido un estudiante hambriento que ponía todo su empeño en pulir cada detalle de cada presentación. Sin ser diseñadora, recuerdo que siempre cuidaba los márgenes alrededor de las páginas, como si mi nota dependiera de cómo bailaban las palabras en el cerebro de mi profesor, al compás de los puntos, las comas y esos malditos márgenes.
Durante muchos años lo cuidé todo como si fuera una flor preciosa y delicada. Las personas que me conocen un poco más pueden dar fe de esta afirmación cada vez que visitan mi apartamento, y efectivamente este meticuloso estado de ánimo me ha regalado el orden para llevar a cabo mis tareas diarias en tiempo y forma. Hasta aquí todo bien, ¿verdad? Donde la cosa se complica es cuando esta ansia de perfección y pulcritud empieza a calar en otros aspectos de mi vida, más concretamente en el trabajo, con mis compañeros de tbpmx. Ahí es donde este rasgo deja de ser entrañable y se vuelve molesto: "¿y si cambiamos este color?", "¿y si replanteamos este icono?", "¿y si movemos esto un poco a la derecha?", "¿y si?", "¿y si?"; eye-roll.
Ahora, vuelvo a dios y a los detalles, esos que yo pensaba que debían cuidarse siempre y nunca -NUNCA- olvidarse. Con esta mentalidad, libré muchas peleas con más o menos el mismo resultado: Yo era la que estaba equivocada.
Casi ocho años después de mi primer diálogo creativo, han pasado muchas cosas y se han cometido muchos errores. Ahora tengo claro que esta microgestión obsesiva era uno de mis rasgos más absurdos. Realmente no me llevaba a ninguna parte y me impedía crear fuertes vínculos emocionales con mis compañeros. Al cambiar de mentalidad y confiar en mi gente -en lugar de microgestionarla- he descubierto que las soluciones que proponemos como equipo son más coherentes y completas.
Desde entonces, practico constantemente el arte de dejar hacer. Ahora disfruto dando libertad y confianza a mi equipo para que desarrolle proyectos por su cuenta. Aplicar esta filosofía da al equipo un sentido de propiedad y responsabilidad en cada proyecto y estrecha nuestros lazos como estudio.
Aparte de una gran sensación de paz, este cambio de mentalidad me ha dado mucho tiempo libre para hacer mil cosas más que al principio ni siquiera pensaba que iban a ocurrir dirigiendo una empresa. Permitirme esta libertad me ha dado la oportunidad de centrarme en lo fundamental para que esta "máquina" siga moviéndose y creciendo.
Hay una cita que me gusta: "si pierdes el tiempo mirando los árboles, nunca verás el bosque" que no podría aplicarse mejor al contexto de este post, este negocio, cualquier relación humana, cualquier rutina. Es tan difícil encontrar el punto de inflexión en el que te ves a ti mismo intentando controlarlo todo y dices 'basta'. Cuando encuentres ese punto, la vida será mucho más satisfactoria y los resultados serán más congruentes con tus creencias.
Recuerda que Dios no está en los detalles.